Cuando un padre o una madre lleva a su hijo al colegio la mayor preocupación suele girar alrededor de los resultados académicos del alumno. Buenas notas en lenguas y ciencias pueden asegurarle un futuro orientado a cualquier actividad económica. Constantemente nos preguntamos por los deberes, las calificaciones, si comprenden o no comprenden el temario para proporcionarles refuerzo escolar… pero a menudo olvidamos que la educación puramente académica y la educación emocional del menor son igual de importantes, se retroalimentan constantemente en causa/efecto y, más importante aún, ambas son necesarias para su su desarrollo integral como persona.
En 1996 el célebre neurobiólogo Giacomo Rizzolatti (Universidad de Parma) observó cómo
en el cerebro de los primates se activaban un grupo de células cerebrales al observar cómo
los otros realizaban acciones. Estas células, bautizadas bajo el nombre de neuronas espejo, desempeñan una función importante dentro de las capacidades cognitivas ligadas a la vida social, tales como la empatía (capacidad de ponerse en el lugar de otro). De aquí que algunos científicos consideran que la neurona espejo es uno de los descubrimientos más importantes de las neurociencias en la última década del siglo XX.

Las neuronas espejo responden a un sistema de imitación y han sido encontradas también en el cerebro humano, siendo responsables de la capacidad de identificarse con alguien y compartir así sus sentimientos, en resumen, siendo responsables de la empatía. Existen tres tipos de empatía: la empatía cognitiva que es responsable de comprender cómo se sienten los demás, la empatía emocional que intenta ponernos en el sitio de los demás permitiéndonos experimentar sus sentimientos y la empatía compasiva que nos permite tomar acción para ayudarles.
Teniendo en cuenta que el ser humano es, por definición, un ser social, hoy en día dentro de
las aulas la empatía, desafortunadamente, sigue siendo una asignatura pendiente que debería formar parte del grupo de asignaturas transversales dándole la misma importancia (o más) que a castellano, inglés, matemáticas o historia.
La incapacidad que tenemos de ponernos en el lugar de un compañero, de un alumno o de un profesor muchas veces es el motivo de un ambiente escolar hostil, llegando a causar situaciones de acoso escolar entre alumnos, frustración académica o un sentimiento de rechazo hacia el colegio que provoca ausentismo (con el consecuente fracaso escolar) al no sentirnos a gusto con un lugar donde pasamos la mayor parte del tiempo, que debe ser agradable y con un ambiente estimulante y rico para la formación tanto a nivel académico como a nivel emocional/personal.

Fomentar la empatía en el aula es un reto pendiente, esencial para crear vínculos y relaciones de apoyo entre los alumnos. La función del docente debería centrarse en enseñar mecanismos para que los alumnos aprendieran a relacionarse con sus iguales y para identificar y entender cómo les deberían haber tratado si los demás actuasen bajo la empatía.
Empezando por el cuerpo docente, debemos aprender a mantener una escucha activa, mostrándonos capaces de atender, comprender y validar las emociones y los grados de sentir del alumnado, con realidades muy complejas, sobre todo en años de post pandemia. Las clases puramente expositivas deberían dar paso a verdaderos diálogos enriquecedores
dentro del aula. De este modo, conceptos como respeto, tolerancia, y finalmente, la empatía se verían abordados desde todas sus dimensiones. Esto provocaría, indudablemente, por un lado, un mayor rendimiento académico y, por otro lado, una mejor comprensión, respeto y cariño entre todos. Urge recuperar estas tres cualidades tan necesarias hoy en día, tanto dentro como fuera del aula. Y la mejor herramienta para ello es la empatía. No hay duda al respecto.
“No es mejor profesor el que más sabe, sino el que más te ayuda en tu camino personal”
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